En el mundo del arte, al menos desde Goethe, se considera al crítico como un parásito que enjuicia el arte sin ser parte de él. En las civilizaciones más antiguas, el crítico sería como un eunuco en un harén: Ve lo que otros hacen, aunque él jamás toma parte.

Desde el campo de la semiótica, ya en 1947 pensadores como Adorno y Horkheimer criticaron la cultura de masas como un medio de manipulación de las clases sociales. Y es que cualquier industria cultural tiende a la estandarización de los productos culturales, haciendo lo posible por dominar los resultados artísticos de los eventos por ella misma producidos.

Actualmente, un periodista -si es esa la verdadera ocupación del crítico-, se sabe portador de una opinión pública que gracias a radio y prensa tendrá amplia difusión. En la comunicación de masas, el artista, el político y hasta el director artístico son conscientes de este poder, y un sentimiento de frustrada impotencia acecha a los criticados que no sepan encajar el golpe, máxime si el crítico no está cualificado en el desarrollo de su labor.

Por su parte, el jurado es el comité de expertos que emite dictámenes sobre un hecho artístico. Su funcionamiento tiene una doble complicación: No suele ser unánime en sus valoraciones, y su caracter es filial respecto a una organización superior, un ente gestionador que es el mismo que le arroga la condición experta y autorizada que el público acepta unilateralmente.

Por tanto, se demuestra como algo lógico y necesario que el jurado calificador sea un comité de expertos con conocimientos acreditados, independiente de cualquier comisión o empresa organizadora, y es inexcusable que el crítico sea una persona cualificada con formación acreditada y sobre todo, con conocimiento de aquello sobre lo que escribe.

De lo contrario, se producirá una estandarización artística que acarreará la consiguiente pérdida de variedad, pluralidad y riqueza en las manifestaciones culturales valoradas por estos expertos, que hace más de medio siglo Adorno y Horkheimer criticaron por su dependencia de las industrias de la cultura de masas, grandes, medianas y pequeñas. Todas distintas en apariencia, pero idénticas en su funcionamiento.