Ya avanzado el grado medio y contando yo unos 17 años, surgieron un par de viajes importantes con la orquesta, a Viena primero y a Inglaterra un año después. Recuerdo que a Viena nos fuimos en autobús parando por el camino en Venecia, y también visitamos una recién independiente Eslovaquia, y su capital Bratislava. Hoy me doy cuenta que, en aquel viaje, o nos hacíamos amigos o no nos soportaríamos nunca. Eran muchas horas de convivencia y la verdad que el tiempo se pasó volando. En Bratislava tocamos en la casa de la radio, en un auditorio impresionante, mientras que una modesta iglesia fue nuestro escenario vienés. Recuerdo también que en Venecia bajé la mandolina del bus y saqué tocando en la calle bastante dinero como para pagarme un paseo en góndola y algún que otro capricho.

Al año siguiente fuimos a Inglaterra gracias a un convenio de la Comunidad Europea para proyectos artísticos, con la agencia Leonardo da Vinci. Por aquel entonces andábamos fascinados con el grupo italiano Giardino Armónico, y su espectacular versión de “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi. Quizá por eso y otras cosas participamos en un curso intensivo de interpretación de histórica de la música antigua en el Welsh College of music and Drama, de Cardiff, País de Gales. Allí toqué mandolina, la viola da gamba y el chelo barroco con profesores como Dan Jones o Andrew Wilson Dickson.

De vuelta en Asturias, la orquesta grabó el CD de música clásica “5 conciertos del S. XVIII en Europa” donde pude participar como solista de violonchelo y mandolina. Para entonces ya tenía decidido a que me iba a dedicar en la vida. Con apenas 17 años había tenido la suerte de visitar media Europa gracias a la música, y comprendí que debía tomar mis propias iniciativas. Sería músico.

Comencé a frecuentar los ambientes musicales asturianos y a pasar el tiempo con otros músicos que iba conociendo. Fue un momento decisivo en todos los sentidos. Pisaba poco la casa de mis abuelos (con los que vivía) porque estaba permanentemente en la calle o en pueblos de Asturies haciendo trabajo de campo, recogiendo canciones tradicionales que iba aprendiendo. Mis bisabuelos habían sido cacharreros ambulantes y obreros venidos de otras comunidades. Supongo que la impronta viajera y bohemia viene de ahi, de familia, aunque la aventura de mi vida musical tuve que hacerla siempre en solitario.

En 1997 fundé un grupo de música folk con el flautista David Martín Amores, compañero del Conservatorio, y pronto empezamos a tener conciertos gracias al boom de la música celta del momento. Tras varias denominaciones, bautizamos finalmente al grupo con el nombre celta de nuestro concejo, Llangréu. Empezaba una nueva etapa musical al margen de la vida académica, de la orquesta en la que seguía tocando, y de la rondalla (que había tenido que dejar finalmente). Pronto cumpliría 18 años.