En la prestigiosa revista de periodismo de investigación Atlántica XXII (que destapó, entre otros, el famoso “caso Villa” de corrupción) publican una entrevista en la que hablamos un poco de todo. Ya sabéis que no es habitual que conceda entrevistas de opinión, así que merece la pena que le echéis un vistazo.
– ¿Como profesor, como ve el sistema de enseñanza de música en Primaria y Secundaria?
Hay un retroceso, está claro. Lo noto cuando enseño en el campus de la Universidad Asturiana de Verano, y también lo veo cuando la música cada vez tiene menos horas en la educación pública. Actualmente doy clase en secundaria en Cantabria, y allí estamos un poco mejor: tenemos más horas lectivas, con un taller en 3º de la ESO, cosa que en Asturias actualmente es imposible… Pero vamos, el retroceso es un hecho. Primero fue la Música, luego la Filosofía, hace poco la Literatura… Es un acoso puro a las Humanidades, todo lo que no sea cuantitativo en resultados se queda a un lado de los planes de estudio. Estamos asistiendo a la eliminación de todo aquello que promueva el pensamiento crítico, que empieza por el pensamiento creativo y artístico que fomentan disciplinas como la música, las artes plásticas y escénicas.
– ¿Esto es extrapolable a la enseñanza de música tradicional en Asturias?
Eso está mucho peor. Todo lo tradicional, sea arquitectónico, lingüístico o musical, aquí está en decadencia, en regresión. Hasta lo gastronómico decae, porque hace poco ridiculizaban el cachopo de Asturias. Hay un fallo sistémico en el mecanismo de transmisión y conciencia cultural, la cadena de enseñanza se rompió hace tiempo, y la coyuntura socioeconómica que padecemos no hace otra cosa que romperla todavía más.
– ¿De qué forma?
Desatendiendo el conocimiento global. Por ejemplo, a mí me llamaron de Enseñanzas Artísticas cuando planeaban implantar la asignatura de gaita en el conservatorio, y me propusieron postularme por tener un título superior, pero al conocer el currículo… no quise. No veía propio meter la gaita desligada de todo el universo que la acompaña: el baile, la canción popular, el conocimiento de fuentes históricas, la mecánica y mantenimiento del instrumento… En el entorno académico se rompía con la tradición de la gaita, se planteaba interpretar madrigales medievales y no trataba adecuadamente el repertorio popular. Como etnomusicólogo titulado, yo no le veía coherencia a ese currículo en un Conservatorio. Hoy sigue habiendo empleo interino y nada en claro sobre el futuro de la enseñanza de música tradicional en los conservatorios asturianos.
– ¿Hay entonces una brecha entre el músico profesional, el musicólogo investigador y el estudiante de conservatorio?
Ya no. La hubo cuando estudiaba grado superior de Violonchelo en Oviedo, y era un outsider total, porque me hacían sentir así. Tocaba Elgar, Prokofiev, Cassadó, Saint-Saens, Bach… recuerdo que quedé el primero en las pruebas para la JOSPA (joven sinfónica del Principado), pero seguía siendo el bicho raro que cantaba canción asturiana, hacía trabajo de campo yendo por los pueblos… Yo creía -y sigo creyendo- que los músicos deberían conocer perfectamente la música de su tierra. Si vamos atrás, a finales del XIX, el comportamiento de autores como Rufino González Nuevo, Víctor Sáenz, Martínez Torner o Baldomero Fernández, o cualquier otro de entonces, se basaba en conocer, enseñar, redimensionar y repotenciar la propia música. Toda ella, ojo, y no solo una parte. Por eso acabé violonchelo en Oviedo, luego terminé la carrera de etnomusicología en Castilla-León y aprendí a cantar y tocar un montón de instrumentos. Ahora estoy terminando una tesis doctoral sobre la asturianada, y siento que no hay niguna brecha en mi interior. Doy clases y conciertos a quien me quiera escuchar, a todos los niveles.
– Es real la idea del conservatorio como sinónimo de enseñanza “fósil”, de estancamiento en el solfeo y la partitura como principio y fin de la música?
Es una percepción que hay por el sistema de enseñanza. Aunque la técnica es imprescindible, gran parte de la mediocridad que existe en los centros de enseñanza de música responde a un comportamiento de despreciar lo desconocido, en base al conocimiento técnico que adquieres. Pero vamos, eso ya se sabía y pasa en otros ámbitos, lo decía Irvine Welsh con “los listillos que te miden en base a cuantas novelas has leído”. Hay gente que se supone que aprecia la belleza por oír un preludio de Bach, pero que luego es incapaz de cuidar una planta o de escandalizarse por un atentado en Yemen, por ejemplo. Dicen amar la música pero luego desprecian otras músicas que tienen un valor enorme como expresión del ser humano, desprecian “lo musical que hay en el hombre”, parafraseando a John Blacking. Lo mismo pasa con los ecologistas que “aman” el medio ambiente, pero desprecian a quienes trabajan y han sabido mantener el paisaje durante generaciones. Hace tiempo que los docentes perdieron la iniciativa en la música, en favor de los músicos que tocan y están “en la brecha”. Mientras los músicos que enseñan no sean capaces de tocar al máximo nivel, no superaremos el estancamiento de la enseñanza reglada actual.
– ¿Qué opina de los derechos de autor?
Cada uno es libre de gestionar su propia creatividad como quiera, pero los derechos de autor entorpecen la difusión de la música. En la arquitectura puede registrarse la representación gráfica de una idea, y en la música también, porque la propiedad intelectual es irrenunciable. Pero igual que Óscar Niemeyer o Norman Foster no cobran una mensualidad a los inquilinos de sus edificios, no me parece inteligente querer cobrar cada vez que tocan tu canción. La SGAE nació como un archivo de partituras de alquiler, porque los compositores no cobraban nada cuando se representaban sus obras, y tenían que vivir. Pero ahora la tecnología democratizó todo esto, y la música ya no es el negocio que fue.
Los músicos tienen que estar asegurados, y hay que pagarles su trabajo. La profesionalidad es esto, porque se trata de dar conciertos, vender discos, canciones online y todo eso. Mozart hoy trabajaría para Universal o alguna multinacional, y estaría todo el día componiendo singles, y cobrando por ello.
Eso es legítimo, pero yo tengo claro que existe el problema de que se registran, parcialmente o bien en forma de arreglos y adaptaciones, músicas tradicionales y de dominio público. En mi último disco “La fonda de Lola”, tuve que cambiar cuatro versos de la canción tradicional “Chalaneru” porque resulta que, aunque todo el mundo los canta y los conoce, una persona los tiene registrados en SGAE y cobra por ello. En España, si dotásemos al INAEM de más recursos, evitaríamos estos despropósitos. Nadie debería apropiarse de una canción tradicional, publicada hace más de 70 años. Al contrario, ya puestos, quizá debería pagar por una licencia para comercializarla o versionarla. Necesitamos asegurar la ortodoxia de nuestro patrimonio musical, hacerlo valer para que los nuevos artistas lleven la música más allá de donde otros la dejaron.
– Y esa actitud purista, tan pegada al canon, ¿no impide avanzar tanto hacia delante como hacia atrás?
Hacia atrás avanzaba la infantería de Napoleón (risas), pero en la música tradicional no hay un modo puro ni consensuado de avanzar (y nunca lo habrá, porque entonces se estandariza y se empobrece). Los puristas de un estilo tradicional nunca llenan un autobús. Cuando hasta la música de vanguardia tiene cánones interpretativos y ya es en gran medida conservadora –nada más hay que ver con qué fidelidad se interpreta a Luciano Berio o a John Cage– en la música tradicional sólo hay aficionados con más o menos talento, y artistas que ni podemos ni quieremos vivir interpretando solamente canciones tradicionales. En mi caso, la tradición forma parte de mí, pero no es todo lo que soy.
– ¿Clásicos discutidos en su día como Stravinsky o Mozart tendrían opción a alcanzar su actual estatus?
Stravinsky no creo, pero Mozart tendría hoy mucha cabida, sobre todo en las multinacionales: gente que te hace sonatas como churros, todas iguales (ríe), están llenas de ellos. Yo, cuando hace años fuí al casting de “La Voz” –bueno, más bien me llamaron y accedí ir (sonríe burlón)- en una reunión pregunté qué canciones mías tenía que ir preparando, y me dijeron que no me preocupase, que ya tenían ellos un montón donde elegir… luego me dejaron claro que había que ceder las autorías y hasta el control de las redes sociales… así que dije “fuera, a otra cosa”. En las multinacionales o las televisiones el “modelo Mozart” triunfa. En ese ambiente, quien investigue o rompa moldes, como hizo Stravinsky por ejemplo, va a ser rechazado, siempre. Y aunque sea una semilla que crezca y haya sectores pequeños que lo apoyen, esa semilla va teniendo un espacio cada vez más reducido para desarrollarse. El pensamiento crítico, ya te lo decía antes, está siendo eliminado por arriba y por abajo. Mucho público ya no decide que escucha, sino que oye lo que le ponen.
– ¿La música, por si misma, no interesa a las televisiones?
La crisis en los medios audiovisuales tiene que servir para replantearse cosas y buscar nuevas soluciones. La función de la música en la televisión debería estar en programas educativos, en plan podcast, o a la carta. Por ejemplo ¿al National Geographic o al canal Historia le importa la audiencia en términos de estreno de un programa? Claro que no, nada más le preocupa hacer buenos programas. Hoy a la televisión pública lo que le preocupa es la audiencia, únicamente. Eso conlleva una bipolaridad en los programas de música: los concursos y los realities, por un lado, y la nostalgia, en plan “Cuéntame como pasó musicalmente” para gente que quiere ver la música que escuchaba antes. La tele, sobre todo las cadenas públicas, no responde a la realidad ni a la actualidad. Ahora es Youtube quien lo hace. El último programa de interés con música en directo que hubo en la tele debió ser “Séptimo de caballería”. ¿Que hace ya de eso, quince, diecisiete años?
– Antes mencionó “La Voz”, el programa, pero ¿qué hay de “la voz” como instrumento musical en la actualidad?
En términos de enseñanza, la voz probablemente sea el caso actual más claro de estancamiento. Un tipo de un suburbio de Nápoles como Caruso, que hace unos 80 años se hizo a si mismo multimillonario cantando, hoy sería inconcebible. Es difícil ir más allá de los cinco minutos que te den en Factor X o similares, y luego si hay suerte sigues, pero sin poder controlar tu carrera. Hoy, aún cantando como Pavarotti, o Domingo, es probable que no llegues a ninguna parte…
– El mismo inmovilismo que Camarón y el flamenco…
Pero Camarón se movió. Fíjate que tuvo amenazas de muerte por cantar como cantaba en su última época, con “La leyenda del tiempo” y todo aquello. Y cuando todo el mundo quería cantar como Camarón, él ya estaba en declive. Es algo universal, le pasó a María Callas también, y a Pavarotti no… pero de milagro.
– Panorama de letras. Además de música ¿cómo pinta la letra en la canción asturiana?
La asturianada era un canto de tradición oral, de préstamo continuo, de cosa común compartida que tenías que enriquecer y aportar algo, al menos en letras. Desde los años 40, acabada la Guerra Civil, se extienden los concursos como un mecanismo de control, en el que unos “expertos” deciden qué se canta y quién lo canta. Está el ejemplo de Ramón Gutiérrez, que grabó para la Víctor en La Habana en 1908 letras como “Era de peral el santu, / que lo dijo el carpinteru / y por eso pesa tantu / el grandísimu borregu”… eso era imposible en España. Noriega grabó en los 50 aquello de “Cuando canta un asturiano / una canción asturiana / lleva España en el corazón / y Asturias lleva en el alma”… y era lo adecuado entonces. Luego hubo un repunte hacia lo asturiano más adelante, con Novo Mier y “Coyí d’un artu una flor” pero la asturianada ya no se movió… Luego el nuevu canciu astur no recoge el testigo de aquella música. Es distinto, otros ritmos, estructuras de canción totalmente diferentes… Las letras, sí, te tocaban de cerca, aquí en la cuenca sería fácil identificarse con las de Manuel Asur, el Xuglar d’Entrepeñes o Mánfer de la Llera. Pero musicalmente ya no queda rastro de lo anterior, y con el folk, lo mismo: puedes ponerte un disco de cualquier grupo de ahora, o de los 90 incluso, que es cuando hubo más subvenciones y discos, y los paralelismos que vas a encontrar son casi idénticos con la música sajona, sobre todo, pero no con la canción tradicional.
Una persona que entendía esto a la mil maravillas era Pablo Ardisana. Formaba parte de mi círculo personal más valiososo y fue una auténtica referencia intelectual. Era para mí una especie de Nabokov asturiano. La belleza de Asturias le suscitaba piedad, porque sabía que moría sin remedio. Siempre decía “robáronmi el paraísu”. Y tenía razón, porque con la música pasó igual.
– ¿Cabe imaginar hoy asturianada, por ejemplo, sobre la alta velocidad que no llega o la cuenca sin minas, en vez de tópicos tipo “La mio vaca pinta” o “Vaqueiros que vais pa la braña”?
Debería de ser así, porque la música tradicional es banda sonora de la vida. Hasta 1900, más o menos, lo normal era que la canción asturiana fuese de ámbito rural, que hablase de los bueyes, la siega, pero ya a partir de entonces hay grabaciones sobre el tren, el pozu Fondón, la gente minera. Y eso también son tópicos de la asturianada, porque hoy el mito industrial sigue vivo en todo… Luego el cisma… el punto de ruptura, mejor dicho, es la Guerra Civil. Ahí se rompe el mecanismo de transmisión. Cuando se recupera es de modo fortuito, gente joven que escucha cantar al abuelo, les surge el interés y a partir de ahí ya se tira de los hilos que van quedando.
– ¿Cómo ve la escena asturiana?
Hoy por hoy, en Asturias sigue siendo muy difícil crecer artísticamente, pero es que tampoco en España parece haber muchas empresas interesadas en sacar jóvenes talentos o vaivén de fichajes de cantantes profesionales. Todo parece reducirse a los Talent Shows o al zapping con vídeos musicales de los 80. Desde Víctor Manuel a Hevia, pasando por Tino Casal y una larga lista que no se acaba nunca, aquí siempre hubo que marcharse fuera para ganarte un espacio en la música.
Es cierto que hubo un tiempo que se subvencionaban discos de música asturiana, pero no había nada para los festivales privados que la gente organizaba, y se fueron ahogando económicamente.
El resultado es que el circuito de festivales es muy corto. Y además, ahora está toda la polémica del ruido en las ciudades y de prohibir la música en directo…
La música asturiana está reducida a concursos locales y a eventos esporádicos, aunque conserva su parcela en grandes fiestas, tipo “San Mateo” o “Begoña”, y también en la televisión pública, con destellos de luz como el programa “Concierto contigo” de la TPA. Una tercera alternativa estaría en los programadores municipales, pero dependen mucho del político de turno y no creo que lo tengan fácil a juzgar por los resultados.
– ¿Qué hay de gente como Lorena Álvarez o Rodrigo Cuevas, con sus giros drásticos a una tradición que mamaron desde pequeños?
Pues me parece que enriquecen la escena musical. Podrán gustar o no, pero ofrecen algo nuevo en Asturias. Artistas folclóricos como Quim Barreiros ya se desnudaban en las portadas de sus discos en los 70, pero eso aquí no se había hecho. Lorena hace lo que quiere, y Rodrigo capta la atención de la prensa, y veo que también consiguen el interés de empresas de promoción artística, algo que yo no he logrado en mi vida. Me alegro y espero que lo aprovechen, este trabajo nuestro es duro y cualquiera que se suba al escenario y consiga un público fiel merece el máximo respeto.
Creo que Héctor Braga ha dejado bien sentado algo de lo que acontece en la canción asturiana, tonada actual o tonada tradicional; sabe de lo que trata.Y creo que, su párrafo final, da un buen golpe de aldabón: ver la televisión , que si es la TPA ya uno no sabe dónde está ni uno ni otro con los grandes–digo–portentos que asombran con sus aseveraciones. De modo que Héctor Braga, ha dado una lección de mesura y saber en estos de la canción asturiana, de la que,además, es interprete–o como dicen en la TPA, cantador…