Recuerdo perfectamente cuando hace cuatro años una chica me llamó en nombre de una empresa de servicios musicales, de esas que tienen muchos compositores en nómina pero que algunos artistas desconocíamos de su existencia. Quería concretar unas grabaciones para televisión y amablemente me “invitó” a desplazarme a grabar a Madrid. Sin embargo, a medida que me daba detalles (sin dejarme hablar, al más puro estilo “teleoperador”), entendí que no pagaban nada pero que después de emitirse mi interpretación en diversas televisiones nacionales y autonómicas, garantizaban jugosos derechos de autor…
Nunca me he tenido por superdotado, pero cualquier persona de inteligencia media podía leer entre líneas varias cosas: Yo viajaba y grababa gratis, ellos vendían la grabación y a mí se me pagaría “en diferido” con derechos de autor, es decir, con un dinero que saldría del presupuesto de las propias cadenas (la mayoría de corporaciones en su cartera de clientes eran públicas).
Así que aproveché uno de los silencios (para respirar) de la chavala y le espeté:
-Mire señorita, no sé quien le habrá dado este número particular. Usted esto lo habla con mi oficina–.
Lo más normal y profesional del mundo, vaya. Le dí el número y colgué con suavidad.
Evidentemente, la cosa no prosperó. Yo sólo actúo gratis para causas benéficas y hay que firmar contratos. Además, gestiono mis propios derechos de autor y es público y notorio que no soy socio de SGAE, ni considero ético que entidades privadas registren arreglos o versiones de música de dominio público (ya sean baladas medievales o sonatas de Beethoven) y sus socios ganen dinero con esos nuevos derechos.
No hace mucho que un conocido artista, compañero eventual (precisamente en un concierto benéfico, ¡qué irónico!), me sacó el tema y me dijo que era de tontos desaprovechar esto, que había artistas famosos que habían aceptado, que era una gran oportunidad para darme a conocer, que no había sido una buena decisión haberme salido de SGAE y todo eso…
Que manía con darme a conocer… ¿Tan difícil es dar conmigo en internet? ¡Ni que viviera en una cueva de Cabrales, vendiendo quesos! Pues bien, ahora el tema de la rueda por fin estalló y aparecen muchos nombres y muchas canciones, propias y de dominio público… Y la justicia pintará un bonito retrato de todos ellos, de todos los buitres que se repartieron esos millones del presupuesto público en derechos de autor (se estiman 100 millones de euros en 5 años).
Los que en su momento dijimos NO a la rueda tenemos la conciencia muy tranquila. Porque aquí parece que hay corrupción hasta en la música, y cuando no trincas, entonces algunos te llaman tonto…
Quienes pensaban que todo vale con tal de estar en el candelero ahora tendrán que plantearse en primera persona lo que cantaba Enrique Urquijo: “Pero cómo explicar que me siento vulgar al bajarme de cada escenario”.
Y explicarlo en primera persona al juez, claro. Y al público, porque mientras ellos se lucraban se ejecutaron desahucios, preferentes, tarjetas black, hospitales que cerraban, escuelas sin calefacción…
Esta semana estoy terminando de componer una nueva canción. Se llamará “El lado equivocado”. Así que en lo que a mí respecta… ¡visto para sentencia!
Muy bien Héctor,que se sepa que aún quedan personas íntegras en ésta vorágine de mangantes.
Bien por tí