Categoría: Bio (Página 1 de 2)

Apuntes biográficos

Músico desde siempre

Nómada de los escenarios, virtuoso de la zanfona y adalid de los instrumentos tradicionales, campeón de la canción asturiana, improvisador, arqueólogo del folcore y doctor en musicología. Todo eso y más convierte a Héctor Braga en una figura esencial de la música de Asturias.

Capaz de hacer callar una plaza repleta de gente solo con su voz y un par de cucharas, apuesta por el maridaje de la tradición y la electrónica en canciones que desvelan historias y vivencias de personas como en una discografía que suma 7 álbumes de Folk Tradicional, la Música Celta, Canción Ligera, Pop Rock, Covers y Versiones.

Sus conciertos son toda una experiencia cultural con denominación de origen.

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Aquellos maravillosos años (II)

Ya avanzado el grado medio y contando yo unos 17 años, surgieron un par de viajes importantes con la orquesta, a Viena primero y a Inglaterra un año después. Recuerdo que a Viena nos fuimos en autobús parando por el camino en Venecia, y también visitamos una recién independiente Eslovaquia, y su capital Bratislava. Hoy me doy cuenta que, en aquel viaje, o nos hacíamos amigos o no nos soportaríamos nunca. Eran muchas horas de convivencia y la verdad que el tiempo se pasó volando. En Bratislava tocamos en la casa de la radio, en un auditorio impresionante, mientras que una modesta iglesia fue nuestro escenario vienés. Recuerdo también que en Venecia bajé la mandolina del bus y saqué tocando en la calle bastante dinero como para pagarme un paseo en góndola y algún que otro capricho.

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Aquellos maravillosos años (I)

Cuando empecé en el Conservatorio del Nalón, había muchísimos chavales aprendiendo música. Hijos de trabajadores la mayoría, como en mi caso nietos de obreros de las minas o los talleres de siderurgia y metal de la zona, pero también venía gente de todo el valle, de familias campesinas de la parte alta o de las ciudades de la parte baja. Todos querían estudiar música en aquel Conservatorio Elemental, el único de toda la zona.

Recuerdo que en varias especialidades la lista de espera era larga. En violonchelo no era así, y entré directamente tras la inexplicable atracción por el instrumento. De aquel tiempo recuerdo los primeros años de solfeo con Isabel Muñoz, las clases con Nacho Alonso, y sobre todo la orquesta. A los 3 o 4 años tuve una crisis con el chelo, porque me aburría de tocar solo. Entre el colegio y el Conservatorio casi no me quedaba tiempo para ir a la rondalla, donde me decían que los estudios eran lo primero. Entonces conocí al profesor de guitarra Manuel Paz, que dirigía la orquesta, y me ofreció entrar en ella. Debía ser el año 1994.

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Ponga un chelo en su vida (10 años)

Con 10 años aterricé en un Conservatorio de música. Por aquel entonces estaba más preocupado de salir en bicicleta los fines de semana, ver en la tele el Equipo A o MacGyver y jugar al fútbol de lo lindo hasta que se hacía de noche, porque en la cancha de tierra de Les Teyeres no teníamos luz y el tiempo era oro.

En el colegio las cosas iban bien. Qué grandes recuerdos tengo de aquellos años de EGB… También recuerdo el comité cientifico que decidió mi primer instrumento:
-Este es alto. Mari Luz, mira, este puede servir para chelista-
-Isabel, que te guste el chelo no significa que todos tengan que ser chelistas-
-Ya, pero es que además de ser alto tiene buen oído-

Y así me metieron a probar el violonchelo, un instrumento que me parecía incómodo, enorme, poco práctico -logísticamente hablando- y algo cantoso dentro de una orquesta, aunque lo de tocar sentado la verdad que estaba muy bien, y la pica esa era mogollón de larga para hacer mil travesuras por ahi.

Recuerdo que en la primera clase que nos dieron al puñado de elegidos fui el único que no pudo tocar, porque traía un aparatoso fleje de escayola para un dedo que se me había roto en un partido. El profesor Nacho Alonso nos dijo que tardaríamos en hacer sonar decentemente el aparato unos 4 años, y que si queríamos podíamos acercarnos al colegio el fin de semana a probarlo, porque lo iba a dejar dentro de un armario.

Aquel mismo sábado por la mañana, todavía no sé porqué, le pregunté a mi madre si podía ir a Sama.
-¿Para qué?-
-Voy a tocar un violonchelo-

No llevaba 20 minutos sentado cuando apareció mi padre por la puerta del aula:
-¿Pero tú que haces aquí?-
-Tocar el violonchelo. ¿No lo ves?-

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